lunes, 25 de abril de 2016

Universo

Apareció una mañana dentro de ti. Lo primero que pensaste es que te habías tragado un melón, sin masticar, mientras dormías, y este se había reducido y concentrado en una sola parte de tu cuerpo: ahí, en las puras entrañas.

Te quieres incorporar en la cama; pero no puedes. Lo piensas mejor, y en realidad aquello no parece un melón. Es, más bien, como un elemento súper masivo, del tamaño tan solo de una pelota de tenis, pero con la densidad de un universo a punto de explotar.

Lo sientes moverse arriba y abajo. A derecha e izquierda. Dentro de ti.

Te tiras de la cama y caminar es imposible. Cargar ese lastre requiere una fuerza aún desconocida. Solo puedes arrastrarte hasta el sofá, apenas, cuando el elemento súper masivo por fin se descomprime un poco.

Y quedarte quieta, mirando a la nada, cuando se comprime y se concentra y se vuelve aún más denso, incapaces, tu estómago y tú, de digerir todo lo que guarda dentro. La fuerza de mil soles. La oscuridad de mil agujeros negros.

Una hora. Tras otra. Tras otra. O tal vez sean días. O semanas.

No comes, nada cabe en el estómago ocupado por el elemento súper masivo. No sales ni trabajas ni hablas. Solo observas su ritmo eterno: compresión, descompresión. Cuando sube hasta arriba, llega a la garganta, y empuja sonidos, a veces lágrimas; cuando presiona hacia abajo, tienes ganas de vomitar.

Quisieras que explotara como se supone que explotó aquella molécula desconocida con el Big Bang y que repartiera su ser y el tuyo en un universo infinito. Un lugar donde haya mucha oscuridad y algo de luz. Una oscuridad en la que solo queden pequeños puntos de luz, separados entre sí por miles de millones de kilómetros. Como tú ahora.

Pero no lo hace. Solo se expande un poco y luego se vuelve a contraer. Y piensas que quizá no sea él el que te limita a ti. Es tu cuerpo el que le limita a él. Así que decides liberarlo, operar, sacarlo de dentro. Te arrastras hasta la cocina y agarras el cuchillo más grande. Acercas la punta a la boca del estómago y empiezas a abrir un círculo.

No duele tanto.


La sangre te mancha las manos. Y por fin lo extirpas. Y cae sobre las baldosas rojas de la cocina con un sonido seco. Y se te nubla la vista un poco. Pero sonríes desde el suelo cuando ves cómo empieza a expandirse cada vez más, cada vez más, hasta crear planetas y soles, y oscuridad. Oscuridad.

lunes, 21 de marzo de 2016

No sabes con quién has dormido esta noche

No sabes con quién has dormido esta noche, pero eso viene siendo últimamente lo normal. Todas las noches, cuando ya te has acostado, algo sale del baño y se arrastra por las baldosas blancas de tu cuarto hasta tu cama. Eleva las sábanas por un lateral y, sin que lo veas, se mete dentro. Nunca lo ves. Nunca hace nada, salvo estar ahí. Pero te acompaña todas las noches desde aquella en la que te quedaste sola. Paradojas de la vida, piensas.

Y cuando, cada mañana, antes de amanecer, hace el camino contrario, de tu cama al baño, y desaparece dentro, nunca te preocupas demasiado. Le permites que vaya y venga.

Pero hoy le sigues. Y, sin embargo, cuando entras en el baño, ya no está. Miras dentro de la taza del váter, te agachas para asomarte por el sumidero de la ducha, por el del lavabo. Pero ahí solo hay un montón de pelos de cuando, ayer, intentaste domar tu cabeza de rizos malditos. De él, ni rastro.

Desistes. Te pasas el día sentada en la cama. Y justo antes de que anochezca, vuelves al baño. Escuchas algo que se arrastra por las tuberías. Pegas el oído a las baldosas. Entonces, juntas todos los pelos del lavabo, de la ducha, esos pelos de tu cabeza maldita, y taponas todos y cada uno de los agujeros.


GANADOR DEL PREMIO ANUAL DE ESCUELA DE ESCRITORES –JAM SESSION DE FICCIÓN CORTA “EL TAMAÑO SÍ QUE IMPORTA” 2015-2016

jueves, 17 de marzo de 2016

El tragaluz es una boca inmensa que te habla

El tragaluz es una boca inmensa que te habla.

Y siempre que te dice algo es por las mañanas, cuando abres los ojos y ves directamente sus labios acristalados, abiertos en el techo justo encima de ti, de tu cama. Ese cielo azul.

Tan limpio. Tan libre. Tan lejos.

Has intentado no escuchar: a veces duermes con las manos tapándote los oídos; otras, dejas encendida la radio toda la noche; o pones el despertador a todo volumen, con la esperanza de que esta vez, esta vez sí, lo conseguirás.

Pero nunca lo logras. Nunca.

Te habla. Y te das la vuelta en la cama y te tapas la cabeza con la almohada y gritas para no escuchar.
Pero no lo consigues. Nunca.

Hasta hoy. Hoy callará. Y ríes, ríes mientras, brocha en mano, subida en la escalera, la pintura negra oscurece el cristal y las gotas pegajosas te manchan la cara y ahora sí. Ahora ya sí.

MICRORRELATO GANADOR DE LA JAM SESSIÓN DE FICCIÓN BREVE "EL TAMAÑO SÍ QUE IMPORTA" DEL MARTES 16 DE MARZO

lunes, 25 de enero de 2016

Espirales

¿Qué culpa tenía ella de que el cuerpo de él estuviera lleno de espirales?

Lo descubrió pocas semanas después de haberle visto desnudo por primera vez. No entendía cómo no se había dado cuenta hasta entonces, porque las espirales estaban claramente ahí, y ahí debían de haber estado también antes: una partía de su pezón izquierdo, otra del derecho, y una tercera del ombligo; se desenroscaban hacia fuera como esas golosinas de regaliz rojo que venden en los chinos, y sus extremos abiertos se unían unos con otros, justo en el centro del pecho.

Sobre su piel morena, las espirales, de un color azul eléctrico, destacaban muchísimo. Y ella no tenía la culpa de que estuvieran ahí, de que fuera inevitable seguir su recorrido con los dedos cuando se sentaba sobre él, que estaba tumbado en la cama o en el sofá, según el caso, y con esa manía suya de no llevar camiseta cuando andaba por la casa.

A él le gustaba, ella lo sabía. Y ella sentía, en las yemas de los dedos, el rugoso contorno de la marca de las espirales, que a veces estaban fijas y a veces en movimiento. Así se quedaba, hipnotizada, mientras él se reía de su mirada fija, de sus manos que danzaban por su cuerpo dibujando una espiral tras otra.

Un día, sin embargo, las espirales desaparecieron.

Fue una mañana cualquiera, una más de las que se despertó a su lado. Las buscó en su cuerpo, pero ya no estaban allí.

Ella intentó inventarlas de nuevo. Se sentó encima de él, como tantas otras veces, cerró los ojos y las recreó, tal y como las recordaba, en su pecho, en su ombligo. Haciendo de su dedo un lápiz que dibujaba trazos sobre su piel, los trazos que antes habían existido. Pensando en el azul, en el movimiento concéntrico que tenían antes, cuando encendían su cuerpo.

Lo intentó un día, y otro. Y otro. Pero él ya no reía cuando ella dibujaba aquellas espirales que ya no estaban. Él notó que los dibujos que ella hacía no eran iguales que antes, y su mirada dejó de fijarse en ella, en reírse cuando intentaba reinventarlas. Más bien al contrario, le atrapaba la mano con la suya y le pedía que no siguiera. Hasta que un día, molesto por su insistencia, empezó a usar camiseta para andar por la casa, para tumbarse en el sofá, en la cama.

Él nunca entendió por qué ella le dejó.

Ella nunca encontró otro hombre que tuviera espirales en el cuerpo.


domingo, 6 de septiembre de 2015

Témpano

En mi próxima vida quiero ser témpano. Un trozo de hielo apenas sujeto a una viga del porche de alguna casa de montaña. Sin pensar, sin moverme, contemplando el mundo sin sentir nada. Desde mi posición privilegiada, veré caer la nieve y helarse los campos, las briznas de hierba se volverán duras y blancas; el propio frío me hará más grande y más fuerte, me alimentará hasta hacer de mí el fragmento más duro de hielo que nunca se haya visto. Solo cuando salga el sol, ese enemigo que siempre temo, solo en ese momento, justo antes de gotear el alma hasta el suelo, recordaré que, antes, en otra vida, y tal vez un día como hoy, fui un agua cambiante según los caprichos de la lluvia o el río o el viento.


miércoles, 1 de julio de 2015

¡Viva la nueva Ley de la Felicidad! :)

Se cuenta que, hace mucho tiempo, existió un país en el que el Gobierno Querido por Todos resultó no ser ni tan querido, ni por todos. Así que para solucionar ese problema que amenazaba con destruir la paz en la que vivía la sociedad, con sus desempleados felices, sus niños pobres felices, sus desahuciados felices y sus presos políticos felices, el Gobierno decidió sacar la Ley de la Felicidad. Esta ley implicaba que todos los habitantes de aquel país tenían que ser felices. Y para ello, era necesario no hacer ni decir cosas que reflejaran infelicidad o que hicieran infelices a los demás.

Dicho y hecho. Un 1 de julio, un día de un gran calor feliz, la Ley de la Felicidad entró en vigor. Todos los habitantes del país mostraron su alegría concentrándose delante de la sede del Gobierno, con unas sonrisas de cartulina de distintos colores. ¡Qué gozo emanaba de aquel lugar! Sin embargo, al Gobierno no le hacía feliz que toda esa gente se concentrara allí delante. Y como la nueva Ley de la Felicidad establecía que era el Gobierno y sus guardianes los que decidían lo que daba la felicidad o no, les pusieron a todos 300.000.000.000.000 euros de multa, a pagar en cómodos plazos de 30.000 felices euros al mes. Y como los pagos a plazos sí que daban la felicidad, y si no que se lo pregunten a cualquiera que viva en una sociedad de consumo, todos se quedaron muy contentos. Tan, tan, tan contentos, que volvieron a convocar otra concentración de felicidad al día siguiente, a ver si, con un poco de suerte, les volvían a regalar alguno de aquellos pagos a plazos.

El presidente, satisfecho, continuó desarrollando su idea. Creó un cuerpo policial específico que se dedicaba a proteger a los ciudadanos de sus propias infelicidades, supervisando cuán felices eran en su vida privada y pública. En el momento en el que estos percibían una lágrima, una cara larga, un enfado, los Policías de la Felicidad entraban en la casa y se llevaban al individuo a un Centro de Rehabilitación de la Infelicidad, para que no contaminara al resto de ciudadanos.

Sin embargo, un día, y a pesar de las muestras de alegría de la población, el pobre presidente de aquel país se levantó con una extraña sensación, como si detrás de aquella felicidad mostrada por sus súbditos hubiera algo que no acabara de funcionar. ¡Y eso que su ley era perfecta! Buscaba la felicidad de todos. ¿Quién podría decir que aquello era malo? ¡Quien quisiera atentar contra la felicidad, sin duda era un terrorista! Así que decidió que todo aquel que atentara contra la felicidad sería un terrorista. Y las cárceles se llenaron de felices terroristas.

Fue así como se ampliaron las cárceles y los parques de Disney World.

Y los habitantes estaban cada vez más y más contentos. Así que, un día más, decidieron ir a demostrarle al presidente cuán felices estaban. Cogieron sus cartulinas de sonrisas de colores y se encaminaron hacia el palacio presidencial. Pero al presidente cada vez le gustaban menos aquellas muestras de alegría. Y, poco a poco, sin darse cuenta ni cómo, se fue convirtiendo en un ser enfurruñado, malhumorado, en definitiva, en un infeliz.


No habían pasado ni un par de horas desde que había visto su cara triste al mirarse en su espejo de plasma, cuando se dio cuenta de que dos de sus más fieles guardianes veían a buscarlo. El presidente no se resistió. Entre rejas ya, junto con todos aquellos terroristas de la felicidad, el presidente pensó que todos ellos querrían devolverle la felicidad que él, durante su mandato, les había dado. Y sonrió.

jueves, 18 de junio de 2015

Y la libertad religiosa se hizo espagueti

Se cuenta que, hace mucho tiempo, existía un país en el que la religión mayoritaria era el Pastafarismo. Allí vivía una mujer, Xana, que había sido educada, como la mayoría de los de su generación, en este culto. Sin embargo, al hacerse adulta se dio cuenta de que aquella creencia no encajaba con su visión del mundo, ni con sus valores ni, sobre todo, con las cosas que le marcaba la razón. ¿Cómo creer, cuando ya tienes una edad, en un monstruo de espaguetis con albóndigas que vela por todos nosotros? Sin embargo, ella era una persona respetuosa con los demás, así que se guardaba muy mucho de hacer este tipo de comentarios delante de su familia, donde había fervorosos creyentes, o de la sociedad en general, limitándose a comunicar a los demás, cuando la preguntaban, que era atea. 

Por el contrario, ella sí debía soportar continuamente las injerencias del Monstruo del Espagueti Volador. Por ejemplo, este culto establecía que era amoral salir a la calle vestida de color rosa. Xana recordó cuán amarga había sido su infancia en este sentido. Y es que su color favorito era el rosa: no podía evitarlo. Una vez se atrevió a ir a un barrio “poco decente” de la ciudad y adquirir una falda color rosa chicle. Se la puso a escondidas y salió a la calle. No tardó mucho en volver a su casa: los vecinos que la vieron la amenazaron con contárselo a sus padres; la gente de la calle la llegó a insultar, llamándola “atrevida” y cosas peores que no reproduzco aquí, por si acaso llego a concejala dentro de cuatro años. Y el día que Xana decidió no vestirse de pirata el Viernes Pastafari, la indumentaria sagrada de los seguidores del Monstruo del Espagueti Volador, sus padres pusieron el grito en el cielo. 
Xana se sentía bastante mal. Ella respetaba las creencias de los demás, pero era tremendamente difícil que respetaran su opción de no creer: la televisión pública, pagada con sus impuestos, emitía todos los viernes la misa al Monstruo del Espagueti Volador, en la que se incluían danzas de personas desnudas y embadurnadas en salsa de albóndigas, lo que a ella le producía bastante rechazo; el Máximo Representante del Espagueti en la Tierra, el Tallarín Supremo, siempre tenía cabida en los telediarios, desde los cuales alertaba de lo demoníaco del color rosa y de los peligros de tener relaciones con otros humanos de forma directa, en vez de a través de paquetes de pasta de espirales de colores. Decía que, a pesar de que el país era aconfesional, era necesario incluir en la ley la prohibición del color rosa. Xana siempre se enfurecía y entristecía a la vez con este tipo de declaraciones, porque a ella le encantaba el color rosa. ¿Tendría algún problema? ¿Alguna enfermedad o tara?
Pero, poco a poco, se dio cuenta de que cada vez eran más los que se alejaban de la doctrina oficial. Había más gente como ella, dispuesta a no dejarse convencer por la moral del Espagueti Volador, que tenía cabida en todos los medios oficiales. A pesar de que los políticos iban todos los viernes a los bailes de albóndigas, y en las últimas elecciones varios de ellos se encomendaron al Monstruo del Espagueti Volador y dijeron en público que esperaban que el Albóndigo Volador, fiel acompañante del dios, inspirara a todos los ciudadanos lo que debían votar. De hecho, otorgaron la medalla del Mérito Ciudadano al propio Albóndigo Volador, aunque, eso sí, nunca se presentó a recogerla. 
Xana se sentía cada vez más molesta con aquellas pequeñas cosas que inundaban su día a día. En el colegio de sus hijos, que era público, colgaba encima de la pizarra una efigie del Monstruo del Espagueti Volador. Todos los viernes, el menú del colegio incluía espaguetis. 
Pero el colmo fue cuando vio, en la universidad de su hijo mayor, y pagada, por supuesto, con el dinero de sus impuestos, una sala de oración al Monstruo del Espagueti Volador. Así que entró allí y, delante de todas aquellas personas que danzaban bañadas en salsa de albóndigas, se puso un vestido rosa y gritó: ¡No al Monstruo del Espagueti Volador! ¡Fuera vuestras albóndigas de la Universidad! ¡Viva el rosa!